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miércoles, 19 de enero de 2011

EUTANASIA, RECHAZO DE TRATAMIENTO, SUICIDIO ASISTIDO: ¿ESTÁN CLAROS LOS LÍMITES?

Tres situaciones que se pueden dar, las tres por decisión de un paciente. La eutanasia y el suicidio asistido están tipificadas como delitos en nuestro país, mientras que el rechazo de tratamiento es un derecho reconocido legalmente (ver Ley 41/2002, por ejemplo). Antes de entrar al toro, conviene clarificar los términos.

Eutanasia: actuación cuyo fin es provocar la muerte de un paciente que padece una enfermedad sin posibilidad actual de curación, con alto grado de sufrimiento difícil de paliar. La petición del paciente debe ser expresa, constante y mantenida en el tiempo, y la actuación debe ser llevada a cabo por el equipo médico/sanitario que le atiende de modo habitual.

Suicidio asistido: asistencia a un paciente (facilitando los medios y la forma de emplearlos) por parte un tercero, para que él mismo pueda provocarse la muerte.

Rechazo de tratamiento: cualquier paciente capaz tiene derecho, legalmente reconocido, a rechazar el tratamiento que se le propone por parte del equipo que le atiende, incluso si de esa decisión se puede derivar un riesgo para su vida.

El problema aparece precisamente en la frase subrayada.
Si un paciente rechaza un tratamiento cuyo fin es mejorar su calidad de vida, la diferencia con la eutanasia es clara. Pero ¿qué ocurre cuando un paciente rechaza un tratamiento sin el cual su vida corre peligro cierto?, o más aún, ¿qué ocurre cuando un paciente pide que se le retire un tratamiento sabiendo que de esa actuación solo puede derivarse su muerte?

La frontera entre estos casos y la eutanasia me resultan cada vez menos claras. No acabo de ver clara la diferencia moral entre retirar un respirador a un paciente que es incapaz de respirar por sí mismo, o administrar una sobredosis de un relajante que provoque una parada respiratoria. En ambos casos se ha realizado una actuación, por petición expresa de un paciente que no tolera el grado de sufrimiento que su enfermedad le produce.

Quizás exista una leve diferencia en la intencionalidad: en el primer caso el paciente rechaza el tratamiento con el ventilador, aún a sabiendas de que eso provocará su muerte, y la acepta como un "efecto secundario" de esa retirada; en el segundo caso, el paciente pide una dosis letal de un fármaco para poner fin a su vida. Sin embargo, si la única diferencia es esa, la encuentro muy poco relevante desde el punto de vista ético.
Cuando un paciente solicita que se le retire el respirador, debe ser consciente de que eso va a provocar su muerte, y en caso de que no lo sepa, es obligación de quien lo atiende darle esa información claramente, para que el paciente pueda tomar una decisión bien informada.
Se podría argumentar que no es seguro cien por cien que de la desconexión se vaya a derivar la muerte del paciente, pero en ese caso, bastaría con monitorizar la saturación de oxígeno antes de la desconexión, y volver a encender el respirador si el paciente no ventila por si mismo. Sin embargo, lo que suele ocurrir en estos casos es que al paciente se le seda para evitarle la agonía de una muerte por asfixia que se considera segura.

En resumen. Tengo una seria duda en cuanto al límite que separa el rechazo de tratamiento de la eutanasia en ciertos casos en los que, del rechazo no se puede esperar un resultado que no sea la muerte.

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